martes, 27 de noviembre de 2012

El café más amargo de mi vida

Me encanta el invierno, es un periodo precioso y entrañable. Todo es más bonito, hay más horas de luz que de oscuridad y a mí me gusta más la noche que el día. Las luces decoran la ciudad, venden castañas caliente en puestos ambulantes, montan puestos donde venden gilichorradas que la gente compra porque sí y todo el mundo está de mejor humor porque dentro del maravilloso inverno está presente la Navidad y sus anheladas vacaciones.

Y qué hay mejor que pasear por el centro de una ciudad tan hermosa como Madrid una fría tarde de inverno, ya de noche y abrigado hasta los topes con buena compañía. Ir con un abrigo calentito, los guantes incluso un gorro y aprovechar el frío para acurrucarte al lado de alguien mientras paseas plácidamente por Madrid.

Contando esto a una amiga, estas (entre otros) razones por las que me encanta el invierno he acordé de una historia que no me sucedió hace mucho tiempo...


Regresé a Madrid después de una larga temporada en el internado, quería volver a ver a mis amigas, estar en casa y sobretodo estar  con  él. Necesitaba verle porque sabía aun podría haber algo y porque lo que ocurrió en verano me supo a poco.
Después de mucho hablar e intentar encontrar un día que nos viniera bien a los dos elegimos el 28 de Diciembre, (Los Santos Inocentes) no había otro día... ¡NO!

Esperaba casi con ansia ese día y todas mis amigas sabían que habíamos quedado y todo sería perfecto. Aquel día me arregle bastante puesto que primero daríamos una vuelta por el centro observando todo preciosisímo y navideño y después iríamos a cenar juntos a un lugar especial.
Por fin llegó la hora de quedar, vino a buscarme hasta mi casa y también iba muy arreglado, perfecto, pensé, esto promete.

El metro iba algo lleno y por supuesto no iba asiento, tocaba ir de pie, sin agarrarnos a nada, solo el uno al otro, mientras hablábamos tranquilamente sobre a dónde ir antes de cenar. Ya nos miraba todo el vagón por ir abrazados y hablar con voz noña. Hasta que al llegar a Atocha el señorito no tiene idea mejor que decirme: No te atreves a que nos bajemos aquí e ir hasta Sol andando, no hay huevos y sale por la puerta, por supuesto yo también. pues nada más para ver.

Todo estaba saliendo perfecto, llegamos a Neptuno y tuve la tentación de un café bien calentito en Starbucks, por supuesto lo hice. Cuando paseábamos cerca de El Congreso de los diputados empezaron a llegarle mensajes de whatsapp, de texto y un sinfín de llamadas, me pareció extraño y más a él. Lo peor fue que era para comunicarle una muy mala noticia y tenía que marchase ya. Le pregunté: ¿Será una broma? Pero no, con esa cara sabía que iba completamente en serio, la misma cara con la que me había mirado unos meses atrás en Goya que hizo que cambiara todo
Llegamos a Sol, casi corriendo, apenas me había terminado el café al cual por cierto no había echado azúcar porque yo ya tenía a alguien que me endulzara.

En fin que cada uno tomó su camino, no paró de pedirme perdón mandándome mensajes durante el trayecto en metro y días posteriores y que le iba a decir si la culpa es suya....
Desde entonces todo entre nosotros cambió y bueno por lo menos seguimos siendo amigos



2 comentarios:

  1. Uy :O Esto quería saberlo yo también, estaba pendiente, algún día me dijiste que me lo contarías. No me quejo, ahora al menos sé algo por encima jaja. Bueno, yo no soy ningún hombre sensual que te pueda dar amor, pero te ofrezco mi compañía para un café :3

    ResponderEliminar
  2. Que decirte Iara! Me gusta muchi como escribes y que muestres tua enamoramientos jaja :) espero que este invierno no lo pases sola ya que el friio y el invierno no son tan malos si tienes con quien compartirlos! Un besiittoo desde Almería :-*

    ResponderEliminar